Entradas

Mostrando las entradas de diciembre, 2014

De montañas y precipicios.

Quienes me conocen bien, no me dejarán mentir, y para quienes no me conocen, se los he de decir. Desde un tiempo a éstas fechas tengo la sensación de ser un hombre pequeño, de no dar la talla, de que todo cuanto hago es efímero y sin sentido. Es posible que sea una falta de algún neurotransmisor en mi cabeza, de esos que terminan en "nina", o que todo llega en el momento apropiado; pero hace muy poco en realidad, ha nacido en mi algo nuevo, hablo de ésta necesidad de ser grande. Recuerdo que hace tiempo, no tanto en verdad, siendo más ingenuo y aun creyendo en el destino, me gustaba fantasear con que estaba destinado a lograr algo grande, algo que era la razón única y universal que validara mi existencia. Luego pasó el tiempo, vinieron los años, uno tras del otro incesantes, indiferentes, dejé de creer en muchas cosas, me hice más lógico, más apegado a la razón y a las pruebas, por consiguiente, concluí qué el destino es la mayor farsa de todos l

Con ojos de ayer.

Fue una noche fría de diciembre, recordé que te quería, viajé al pasado, te vi de nuevo como antes, como nunca y como siempre.    Te recordé en el momento de no conocerte cuando tu voz no tenia voto ni valor en mi vida, y sin querer te ame. Ame no conocerte, no conocer tus reacciones, tus rutinas ni tus manías; y desee conocerte, nació en mí ese deseo. Volví a mi tiempo y a mi espacio, a donde viajo mientras escribo, mi mente se ofuscó y quiso olvidar lo que sentía por ti, pero en el fondo siempre existió, como un sueño repetitivo, un paradigma loco en una máquina, o un fantasma en mi memoria. Te ame sin saberlo, sin que tú lo supieras, empecé por extrañarte sin tu permiso, por saber lo que es la soledad  de tantos años sin verte. Te ame sin quererlo, sin decírselo a nadie, así como se aman las cosas eternamente, en silencio y con ayuda de la noche, con un café en la mano y el alma sobre el escritorio.

Gilberto.

Gilberto Sampedro no podría ser llamado una persona normal desde mucho tiempo atrás, no, tampoco es que tuviera dones especiales, ni levantaba camiones con un brazo, ni mataba toros rompiéndoles el cuello ni podía llevar al éxtasis a las mujeres con sólo pronunciar la palabra “córrete”, no, lo que lo hacía especial y único era que el hombre no envejecía, a sus treinta años recién cumplidos Gilberto se seguía viendo como cuando tenía dieciocho, la misma cara de niño, disimulada a veces por la barba para no desentonar, tenía el mismo torso delgado y a pesar de hacer ejercicio seguía viéndose como antes, joven radiante. Gilberto era el asombro de sus contemporáneos, también era la envidia de sus contemporáneas pues todas ellas desearían verse como cuando tenían dieciocho, por estas razones espiaban al pobre hombre siempre y a toda hora que podían, le espiaban por si compraba algo inusual en la farmacia, o si encargaba algo especial por correo, algunas incluso se arriesgaron a espiarlo an