Dulces sueños.

Esa mañana Liz despertó cansada, la noche anterior se había ido de fiesta y las cosas se salieron de control, demasiadas cervezas, demasiados tragos, pero lo que desató el infierno fue esa estúpida pastilla que le regaló aquel sujeto, "te va a cambiar la vida" le dijo mientras no paraba de reír, era un pésimo "dealer", no deberías consumir tu propia droga.

Como fuera, había amanecido, tenía que tomar un baño y comer, su cabeza sólo podía pensar en comida y recordó el pollo que tenía en el refrigerador. Tomó la ducha sin contratiempos y puso el pollo a descongelar en el fregadero, llamó a su amiga Susan pero no contestó, luego de insistir encontró su teléfono en el sofá, Susan era despistada, debió haberlo olvidado ahí la noche anterior.

Una vez que el pollo estuvo descongelado preparó la bandeja y el relleno, siempre le fastidió eso último, usualmente hacía demasiado y era complicado ponerlo dentro, había que hacer mucha fuerza y a veces el pollo se le resbalaba. Luego de un tiempo lo metió orgullosa en el horno y se fue a ver la televisión un rato, no había nada bueno pero le intrigó un western clásico, estaba segura que al final el héroe se quedaría con la chica y se irían cabalgando al atardecer pero no le importó.

Sonó el reloj del horno, el pollo estaba listo, lo llevó a la sala pues casi era la escena de la puesta de sol y toda la pantalla estaba repleta de matices de rojos y naranjas. Liz cortó el pollo en trozos, le quedó justo en su punto, estaba jugoso y dejaba un sabor extraño en el paladar, debió haber equivocado alguna especia, pero eso no lo hacía malo.

De pronto alguien tocó la puerta con insistencia, Liz lo ignoró para ver el final des western pero el sujeto afuera no parecía tener intención de calmarse, gritaba y golpeaba la puerta, Liz se levantó para abrir cuando derribaron la puerta, era un vagabundo y detrás de él venían más, les gritó que salieran de ahí pero ellos no hicieron caso, balbuceaban algo que no entendió, era más que claro que estaban ebrios, ella, desesperada tomó el control remoto para arrojarlo a esos infelices, pero apenas volteó a verlos perdió el conocimiento.

Esa noche en la estación de policía Gonzalez no sabía si sentir nauseas o lástima por la mujer que acaban de llevar en custodia, no quería ni pensar en los titulares del día siguiente, esa pobre infeliz fue drogada con "dulces sueños" un alucinógeno en extremo potente, durante su delirio asesinó a su vecina y cocinó al bebé de ésta, los agentes llegaron cuando lo mutilaba frente a la chimenea, sentada sobre el cadáver de la madre. Sólo le quedaba algo claro luego de leer el informe, el hombre de la sonrisa había vuelto.


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