Chomsky

Chomsky

La muerte es el destino final de todo lo que vivió, vive y vivirá, pero ¿qué es la muerte?
"La muerte es sólo una ilusión", dijo la figura negra detrás de Edmund Sinclair, el más grande mago y escapista, quien por desgracia fallaría en su último escape.

Así como Sinclair la muerte está presente cada vez que algo muere, no sólo en su faceta antropomórfica sino en todas y cada una de sus formas. Desde la bacteria sospechosamente más oscura y cuyo flagelo parece una guadaña hasta los enormes esqueletos que surcan los océanos. La muerte llega a toda criatura.

En su palacio alojado en el desierto del tiempo la muerte ve las vidas ir y venir a través de los relojes de arena. Dentro de los aposentos de la muerte existe una habitación con estantes tan altos como montañas y que se extienden hasta donde alcanza la vista, la habitación de los relojes, debidamente arreglados por especie y ubicación. También existe la otra habitación, es más pequeña pero aún así contiene relojes, éstos sin embargo no funcionan como es debido. Un reloj vital normal funciona por ciclos, al morir y renacer la muerte voltea el reloj y de esa manera la vida continúa una vez más, pero la arena de los relojes de la habitación pequeña se queda siempre en la base, incluso al voltearlo la arena ignora la gravedad, aunque decir que la ignora es poco, mejor dicho la manda al carajo. Esos son los relojes de los fantasmas.

Hay pocas maneras de volverse fantasma, uno puede perderse en el inframundo o ser usado en rituales religiosos, pero la forma más común de terminar siendo fantasma es tener asuntos sin resolver, un compromiso que trasciende la vida o un amor tan grande que ni la muerte puede deshacer, siendo esto último lo más raro.

Natalia Chomsky amaba a los animales incluso por encima de lo que le agradaban las personas, si por ella fuera, y su madre no se opusiera, su casa se habría convertido en un auténtico zoológico citadino, aves, conejos, ardillas, e incontables gatos y perros eran clandestinamente llevados ahí para ser regalados a los pocos días. Natalia vivía en Nueva York, en una casa pequeña en Queens, por lo que no había mucho espacio para ellos.

Natalia solía rescatar perros, era de lo más común para ella, en ocasiones encontraba aquellos que tenían dueño pero siempre rechazaba la recompensa, "el saber que ahora estará bien es suficiente recompensa" solía decir en esos casos. El pequeño pug que corría cruzando la calle no iba a ser algo común para ella, sobre todo por el camión que peligrosamente se acercaba a él. Sin pensarlo dos veces se lanzó para sacarlo del camino. Lo logró, pero el camión no pudo hacer mucho para evitarla a ella.

La chica se levantó confusa y sin saber que era lo que había pasado, se sentía bien para su sorpresa, en algún momento pensó qué el que un camión te golpeara debiera de haber dolido más, entonces fue que se vio, miró su cuerpo tendido sobre el pavimento y a toda la gente que se acercaba a tratar de hacer algo.

- YA ES DEMASIADO TARDE PARA ESO - dijo una figura negra a su lado
- Entonces, ¿estoy muerta?
- ASÍ ES - su voz era un eco oscuro procedente de lugares nocturnos, una fría losa de sonido, gris y muerta. Si aquella voz hubiera sido una piedra, habría tenido palabras grabadas desde hacía mucho tiempo: un nombre y dos fechas.
- ¿Así nada más?
- SÍ - sacó un reloj de la manga de su túnica - TU TIEMPO DE HA ACABADO - le mostró a Natalia un reloj con su nombre en letras doradas, toda la arena se hallaba en el fondo.
- ¡Pues no estoy de acuerdo! - dijo antes de echar a correr por la calle.

Corrió con todas sus fuerzas, se alejaba de La Muerte lo más posible, temía voltear y encontrarla yendo tras de ella. La Muerte la observaba sin inmutarse, no a su alma prófuga, sino a su cuerpo, veía a las células que se asfixiaban, a la degradación tisular, la necrosis desencadenada por la mortecina y la cadaverina, un cascarón vacío sin la esencia que lo mantenía en forma.

Natalia por su parte se había tirado en un parque a llorar, estaba muerta, "¿quién cuidaría de sus animales?", su madre los echaría tan pronto pueda o se entere de porque murió, eso le entristecía, había trabajado tanto para rescatarlos, que le dolía ver todo su esfuerzo desvaneciéndose.

Ser un fantasma le daba la ventaja de que nadie podía verla, o mejor dicho nadie quería aceptar que ella estaba ahí. Así es como funciona la mente de las personas, está diseñada para mantener la cordura sea cual sea el costo, el cerebro administra la información de los sentidos según mejor le parezca, por eso cuando los ojos de un montón de personas veían a una chica entre blanquecina y transparente sentada sobre una roca junto al algo del parque el cerebro decidía que esa era información que la consciencia no necesitaba. Todos le ignoraban mientras ella se debatía por su destino, hasta que llegaron ellos.

Uno a uno la fueron rodeando, atentos, expectantes siguiendo sus movimientos y su mirada, los gatos. A la media noche los gatos se acurrucaron junto a ella y un gato negro con ojos de plata la observaba desde el borde del lago, Chomsky parpadeó y el gato había desaparecido, así como las estrellas y todo lo demás, se hallaba rodeada por una oscuridad tan inescrutable, los vestigios de la noche primigenia, aquella cuando aún no había nacido la primera estrella. Cerró los ojos y cayó en una especie de sueño.


Al despertar el mundo le resultaba demasiado grande y no tenía fuerzas para moverse, no entendía nada y su pensamiento era consumido por un deseo imperante de tomar leche. Sentía que alguien la levantaba en vilo y le acariciaba detrás de las orejas, lo que desató su instinto de mover la cola y su única respuesta fue un "miau" pequeño y quedo de un gato recién nacido.

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