Caralibros

Caralibros.

Me he comido una hamburguesa, y estaba muy buena,
y he querido exponerlo aquí, en un verso, sobre el papel,
porque quizás a algún futuro lector o a una audiencia
le interese mucho que yo me comí una hamburguesa,
y que además de eso estaba jodidamente buena.

Vivimos en un tiempo de banalidades muy importantes,
donde nuestra privacidad es algo que hemos regalado,
donde ya no importa tanto la playa, las risas, las puestas de sol,
si no tienes una cámara a mano para presumirlo luego.

Somos prisioneros de una conexión de datos, de baterías,
cargamos los grilletes al enchufe y nos quedamos ahí,
pegados en la pared, con la cara iluminada y el alma a oscuras,
éramos hombres en el hastío del mundo, ahora,
ahora somos una etiqueta en una notificación vacía.

¿Cómo permitimos que pasará todo esto?
que nos roban el tiempo y el oro frente a nuestras narices
y nosotros sumidos en la frustración y la impotencia
de no poder pasar de nivel en los condenados dulcecillos esos.

Habrá quien me diga que vea el lado amable,
que todo ello ha ampliado el diccionario, creamos palabras nuevas:
“feisbuc”, “tuiter”, “guatsap”, “laic”, “vain”, “tag”, “ap”,
en el futuro la humanidad entera hablará un lenguaje
que no irá más allá de monosílabos y sonidos guturales.

No me malentiendan, la tecnología y el internet
son sin lugar a dudas un invento maravilloso y poderoso,
pero es un infortunio que no sepamos aprovecharlos,
pasamos horas viendo vídeos de gatos graciosos
cuando podríamos aprender del universo, del mundo,
de nosotros, el arte, la filosofía; es una pena,

que seamos la generación del desperdicio.

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